Después de 16 años en los que experimentaron con 13 modalidades de control, el Banco Central del Socialismo del Siglo 21 tiro la toalla y admitió que no hay esquema cambiario, con o sin controles que sea capaz de sustentar, y que es preferible que los particulares se las arreglan como puedan entre sí. Claro que ese momento no llegó de manera fortuita o súbita.  Hubo años en que los ingresos que le llegaban al BCV excedían los $ 90,000 anuales, colchón con el cual experimentar formulas descabelladas que solo estimulaban la fuga de divisas mas grande de la historia del continente.

Luego, a medida que se entonaban las notas de Alma Llanera, indicativas de un fin de fiesta, y precio y producción petrolera se desinflaban al unísono, las mediadas se volvieron cada vez mas descabelladas, propiciando la destrucción de buena parte del aparato productivo petrolero y no petrolero. Esto produjo a su vez la evaporación de la centenaria ventaja comparativa nacional de “términos de intercambio en cuenta corriente” en permanente superávit, entendidos estos como la capacidad de exportar más de lo que se necesita importar para atender las necesidades de la economía.

Cuando los países tienen déficit en esa balanza, lo suplen con superávit en la de cuentas de capital, por la vía de inversiones extranjeras. Los genios del SS21, sin embargo, hicieron todo lo contrario, quitándose “los inversionistas a sombrerazos” como se vanagloriaba de decir el genial ministro Giordani. Pero los sombrerazos no eran porque hubiera muchos haciendo cola para entrar, sino porque las medidas los ahuyentaban hacia Chile, Perú y Colombia.

Con la industria petrolera reducida a una mínima fracción de lo que una vez fue y el ingreso por esa vía llegando, si acaso a los $ 5,000 millones anualkes, parte de lo cual corresponde a las empresas asociadas, y por demás con bancos del Estado sancionados por manejos bajo sospecha de lavado de dinero de diversa índole, la gota que parece haber colmado el vaso es que le BCV también quedó bajo sospecha y en consecuencia sin bancos corresponsales extranjeros con los cuales perfeccionar las subastas de DICOM.

La liberación cambiaria entonces, no es más que una medida desesperada, con una hiperinflación (44,7% solo en abril, 1.304.494% en un año), una contracción económica épica (50% en 4 años, con 25% adicional proyectado para 2019 si las cosas no cambian) y en el contexto de un riguroso cerco de encaje legal que tiene a la banca asfixiada y sin posibilidades de prestarle a sus clientes así sea al cortísimo plazo,

Desesperada, porque la única forma en que esa liberación se pueda traducir en una resurrección de la actividad económica es si viene acompañada de una inyección masiva de recursos en moneda dura (dólares, euros o yenes) vía la cuenta de capital producto de inversión privada, líneas de crédito comercial a importadores, y préstamos de entes multilaterales.

. Si esas inversiones se materializaran, las mismas le proporcionarían liquidez verdadera a la economía, no la liquidez ficticia producto de la impresión de bolívares que ahora el BCV intenta afanosamente restringir con su draconiana política de encaje.

Esas inversiones son perfectamente factibles, y producirían un nuevo amanecer en la economía venezolana, pero requieren de unos altos niveles de confianza por parte de los inversionistas producto de una drástica reducción de lo que estos perciben hoy por hoy como el riesgo país más alto del mundo. La única forma que eso, a su vez suceda, es con la solución de la crisis política. No hay la más mínima posibilidad que se resuelva con pingues exportaciones de coltran y oro bachaqueado, y con el temor que inspira en los potenciales inversionistas la forma descabellada en que se administra la economía.

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Fuente: www.laotraviarcr.blogspot.com