La libertad no es otra cosa que aquello que la sociedad tiene derecho de hacer y que el estado no tiene derecho de impedir.  Benjamin Constant 

En tiempos de crisis, como los que vivimos, el poder político tiende a volverse más autoritario y arbitrario. Toda violación de las libertades individuales parecen justificarse por el bien de la colectividad. Los derechos se suspenden y la obediencia se impone y la caza de brujas en contra de los individuos que discrepan se desata. El estado obliga y sanciona, las mayorías juzgan y excluyen.  Este texto es solo un pequeño recordatorio. Una sencilla defensa. Una pequeña apología de aquello que hoy parece se debilita y se esfuma, la libertad.

Pocas palabras en la historia han sido invocadas en tantos significados diferentes y contrapuestos, por tan gran variedad de personas y grupos, como la libertad. Es difícil encontrar en los siglos que recorren la historia algún movimiento, alguna lucha, alguna causa que no haya tratado de embalsamar su origen y su aspiración como una cuestión de libertad, claro, de su propia libertad.

 

La libertad es, por lo tanto, un concepto ambiguo. Cada quien tiene su propia idea de libertad. Cada quien quiere ejercitarla a su manera. Sin embargo, a pesar de sus miles de significado e interpretaciones, existe una perspectiva histórica de la libertad, que interesa a nosotros, la cual se ha venido a constituir, a diferencia de las otras interpretaciones metafísicas e idealistas, como un proyecto para la sociedad. El liberalismo, que definiremos más adelante, nace y se desarrolla como una doctrina práctica, precisamente, que busca delimitar y proteger libertad individual.

 

Palabra rara, a veces mal vista. No por nada un filósofo italiano decía el liberalismo era una de las palabras peor comprendida de su tiempo. Como idea nace alrededor del siglo XVII, aunque sus raíces pueden rastrearse todavía más atrás . No fue, ni es hoy, un conjunto de ideas y de  principios dogmáticos, ordenados y desarrollados linearmente. Es más bien un sin fin de posturas, ideas y pluralidades desarrolladas por una cantidad vastísima de pensadores que, a pesar de a veces encontrarse en contradicción entre ellas, creen esencialmente en, parafraseando a Locke, que cada uno debería disponer de su vida, sus bienes y sus propiedades en el modo que mejor le plazca.

 

Lo que quiere decir Locke, y lo que posteriormente definirá la esencia del liberalismo, es la creencia en el individuo como depositario de derechos, sea del poder político o de otros individuos, que le aseguran una esfera en la cual es soberano. La esfera, a punto, de su vida, de sus bienes (que no son solo físicos) y de sus propiedades.

 

Se desarrollará, a partir del siglo XVII, toda una doctrina liberal que se ocupará de desarrollar la cuestión de la libertad individual. Esta doctrina, que será denominada en el siglo XVIII como liberalismo, como nota De Ruggiero, se presenta como el reconocimiento de la existencia del hecho de la libertad. Los autores posteriore se preocuparán por definir y proteger este hecho de libertad. El cual se presenta y evoluciona cada vez más en su forma negativa, es decir, libertad de algo. La  libertad del poder político y del estado, como Montesquieu y Humboldt, libertad de las masas y su igualdad uniformadora, como Tocqueville y Mill, libertad de la arbitrariedad colectivista, como Hayek y Mises y la libertad de dogmatismo, como Popper. Todas libertades que se van configurando como derechos derechos políticos, económicos y sociales.

 

Pero ¿Por qué defender la libertad?

 

En el pasado, la libertad y su expresión histórica en el liberalismo tuvieron que hacer frente a nuevos fenómenos históricos que se perfilaban en aquellos tiempos como mejores opciones: La tyrannie de la majorité, que se manifestó en una versión democrática iliberal, y el socialismo y comunismo, como manifestaciones de la desindividualización y colectivización absoluta.

 

De estas dos luchas, de estas dos contraposiciones entre la libertad y la tiranía de las mayoría y entre la libertad y el socialismo y el comunismo se crea, según creo yo, las dos grandes justificaciones del porqué de la libertad.

 

 

La primera es una justificación moral. Una justificación moral quiere decir que la libertad es lo correcto. Cuidado, cada doctrina, cada movimiento, se ha declarado como el correcto. No es mi intención crear un dogma del liberalismo. Digo que el liberalismo es moralmente correcto por dos razones.

 

La primera, porque la libertad es la condición imprescindible del desarrollo del individuo. El liberalismo, al contrario de todas las demás doctrinas, no reprime, no excluye, no neutraliza. Más bien permite, florece, crea. Es únicamente en la libertad que el individuo se constituye como hombre: Hombre critico, hombre creador, hombre libre. La segunda, porque la libertad es una defensa en contra de la injusticia. Injusticia que normalmente tomaba y toma forma en el derecho del más fuerte. Alguien que se impone a través de la violencia y reclama para sí la vida y las propiedades de los menos fuertes. Es acá donde el liberalismo se configura como un remedio ante la injusticia, protegiendo las esferas individuales de cualquier imposición externa que atente en contra de ellas.

 

Después de la justificación moral, existe una justificación pragmática, que  podríamos llamar utilitaria. Los contextos de libertad son los que más logran desarrollar a la humanidad. Autores como Mill, Kant y Humboldt han visto en la libertad individual la más prometedora de las causas de desarrollo humano. Solamente a través de una continua dialéctica entre individuos libres se logra alcanzar los más altos grados de desarrollo. Un sin fin de ideas que se contraponen, que se mejoran, que innovan. Un sin fin de individuos que compiten, que evolucionan y que crean. Una constante competencia en donde todos son libres de participar como mejor lo crean. A diferencia de las sociedades igualitarias y uniformes, la sociedad liberal ve en la pluralidad la fuente del progreso.

 

La ausencia de libertad es entonces caer en lo arbitrario, en lo impositivo, en lo injusto y en lo mediocremente igualitario. Defender la libertad se vuelve un imperativo moral y práctico. Imperativo moral del hombre que ve en el individuo un ser capaz, libre y crítico y no un ser incapaz y débil. Imperativo moral del hombre que cree reconocer en todos los individuos derechos inalienables que están a la base de la sociedad y que los protegen de las arbitrariedades del poder y de su violencia. Imperativo práctica por la evidencia historia que la libertad es la mejor herramienta para construir bienestar y progreso. La lucha por la libertad, y su manifestación histórica en el liberalismo, marcan, como lo definió Jonah Goldberg en su libro, un milagro en occidente que, claramente, no debe perderse.

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Fuente: www.cedice.org.ve