Cuando hablamos de la Cuarta Revolución Industrial, es normal que el termino sea asociado inmediatamente a una serie de tecnologías actualmente en desarrollo, y que tienen el potencial de cambiar la forma en que se producen bienes y servicios en nuestras sociedades. Esto es así también para las anteriores revoluciones industriales, normalmente relacionadas con una o más tecnologías disruptivas en el momento, y que permitieron el surgimiento de nuevos modelos de negocios y relacionamiento social.
Sin embargo, lo cierto es que las tecnologías que son desarrolladas durante las revoluciones industriales, no constituyen el centro del cambio que opera en la sociedad, sino que sirven de marco o facilitador para un proceso más profundo que se da en las estructuras y dinámicas económicas, políticas, sociales y culturales.
Así, cuando nos referimos a los cambios operados gracias a la primera y segunda revoluciones industriales, no nos referimos específicamente a la invención de la máquina de vapor, del telar mecánico o del tren como medio de transporte.
Estos grandes avances, aunque cruciales para el desarrollo de la humanidad, no representan sino medios a través de los cuales la sociedad fue transformada, haciendo la producción y el transporte más eficientes, y por tanto creando nuevos modelos productivos y sociales.
La urbanización acelerada vivida durante el siglo XX es un claro ejemplo del tipo de cambios que se encuentran en el centro de las revoluciones industriales, pues la invención de medios de transporte más rápidos y baratos, así como mejoras en la eficiencia productiva en el campo de la agricultura y las manufacturas, permitió una mayor concentración de la población en las ciudades, lo que llevó en consecuencia al surgimiento de nuevas dinámicas de participación política y organización de la producción.
Por tanto, cuando nos referimos a los enormes cambios que la Cuarta Revolución Industrial está operando en nuestras sociedades, hablamos sobre todo de las transformaciones que se generan a través de la tecnología y no a la tecnología en sí misma. Es decir, el manejo de la tecnología es un elemento crucial para aprovechar las ventajas de la revolución industrial en curso, sin embargo, si la misma no se combina con una transformación en la estructuras administrativas y sociales de un país, el mismo no podrá integrarse a este proceso sino de forma tardía, sin ubicarse a la vanguardia de los cambios, y por tanto sin aprovechar a cabalidad las posibilidades que para el desarrollo social ofrecen las nuevas innovaciones tecnológicas.
Un ejemplo claro de la necesidad de realizar cambios estructurales que permitan a las nuevas tecnologías generar los cambios positivos que prometen en nuestras sociedades, lo da la reestructuración de la organización de las principales empresas a nivel mundial, las cuales están integrando a su método de trabajo la presencia de pequeños grupos multi-disciplinarios, más flexibles, y orientados a la culminación de proyectos específicos, en contraposición a las rígidas estructuras administrativas de antaño que ya más que una ventaja, representan un obstáculo para la innovación y eficiencia dentro de las empresas.
Estos cambios también empiezan a darse en el sector gubernamental, el cual, aunque avanza a un ritmo mucho más lentos que el sector privado, está comenzando a integrar la experiencia alcanzada por las empresas en la transformación de sus modelos de negocios, para hacerlos más compatibles con las necesidades de la nueva era tecnológica, para así volverse más eficiente y efectivo en la implementación de políticas públicas.
Y es que, la Cuarta Revolución Industrial no solamente consiste en la incorporación de nuevas tecnologías en los procesos de producción y comercialización de bienes y servicios. Esto solamente, sin la incorporación de los cambios en la mentalidad y los procesos que deben acompañar a la tecnología, sería insuficiente para alcanzar la transformación que puede llevarse a cabo en nuestras sociedades, y que mejoraría la calidad de vida de todos los habitantes.
Por ello, se debe romper con el mito de que para empezar a aprovechar las ventajas de la Cuarta Revolución Industrial es necesario, antes que nada, la realización de inversiones multimillonarias en equipos tecnológicos de última generación. Sin duda la tecnología es un paso necesario, pero la misma sería fútil en un contexto en el cual no hayan sido asimilados los valores que impulsan esta revolución industrial: la creatividad, la flexibilidad, y la libertad. Incluir estos valores en la estructura de una empresa, organización o institución gubernamental, es, por lo tanto, recorrer más de la mitad del camino.
Por Lenin Navas
Estudiante de Estudios internacionales de la Universidad Central de Venezuela