La profesora Helena Rosenblatt enriquece la tradición liberal, al mostrarnos sus raíces europeas y todas las dificultades para consolidarse desde la Revolución Francesa

Editorial Planeta ha publicado en castellano, en marzo de 2020, la primera edición castellana del libro La Historia Olvidada del Liberalismo. Desde la Antigua Roma hasta el Siglo XXI.  La autora, Helena Rosenblatt, Doctora en Historia, nos da una perspectiva mucho más amplia sobre la tradición liberal.  Que nos enlaza con su motivación moral y empatía social.

Los liberales podríamos estar teniendo una visión limitada sobre nuestro concepto de Libertad. Podríamos estar circunscritos a lo que la profesora Rosenblatt denomina “liberalismo del miedo” o “filosofía de mero control de daños” (p. 219). Como reacción ante el totalitarismo nazi y soviético, el liberalismo de Guerra Fría coloca su acento estrictamente en los derechos individuales y olvida responsabilidades sociales que eran valiosas a la tradición liberal, desde la Revolución Francesa.

Precisamente las Guerras Mundiales desterraron todos los aportes liberales hechos por Francia y Alemania. Estas conflagraciones colocaron a Alemania como enemigo del mundo anglosajón y luego a buena parte de Francia como colaboracionista de los nazis. De tal modo que el “nuevo liberalismo”, a partir de 1950, se viene interpretando como una filosofía proveniente de Estados Unidos, con aportes británicos previos en Locke (1632-1704) y Hobbes (1588-1679).

Esta visión es incompleta. Además de dejar fuera muchos aportes conceptuales, olvida toda la lucha que confrontaron los pensadores liberales durante siglo y medio contra muchos enemigos, desde instituciones tradicionalistas.  El enfoque estrecho del liberalismo pierde de vista la heterogeneidad dentro de él. No todos los liberales han tenido durante la historia una visión uniforme sobre temas tan importantes como el grado de intervención del Estado en la economía o cuál es la relación entre Libertad y Religión.

El propio término “liberal”, durante el Siglo XIX, era considerado francés por los autores estadounidenses o británicos. Hasta 1811 no se empleaba la palabra “liberal” y la aportan pensadores franceses como Madame de Stäel (1766-1817), Benjamin Constant (1767-1830) y el Marqués de Lafayette (1757-1834).  Constant viene a ser una de las figuras más atractivas que rescata el libro de Rosenblatt para el debate contemporáneo. Personajes como él estuvieron activamente inmersos en la agitación política de su tiempo. Alguna vez le denominaron “el Inconstante Constant” porque militó en distintos partidos, durante el tumultuoso período que se inició con la Revolución Francesa, a la que sucedió el Terror, el Imperio Napoleónico y el regreso de los Borbones.

Precisamente el concepto de Liberalismo va construyéndose durante las grandes agitaciones francesas de 1830, 1848 y 1870.  Estas otras Revoluciones añadieron nuevas dificultades sociales y desafíos para los pioneros liberales.  En especial, les colocaron en una relación tensa con instituciones tradicionales, incluyendo a Gobiernos Monárquicos o Republicanos, a la Iglesia Católica o a los Protestantes. Muchos políticos en un principio tendieron puentes hacia los liberales, llegando incluso a manipularlos. Asociarse a los liberales ayudaba a mejorar la imagen de muchos aspirantes a la tiranía. Una vez obtenido el poder, estos políticos inescrupulosos se olvidaban de los amigos de la Libertad, les incumplían las reformas prometidas e incluso les perseguían.

Los liberales franceses van a enfrentarse a varias contradicciones internas y enemigos externos. Entre ellos mismos, los liberales tenían varias divergencias. Algunos consideraban que el Estado no debía intervenir en materia económica, asociando esta actuación a una inútil beneficencia o caridad, incluso contraproducente – hoy en día oímos este mismo discurso, entre quienes hablan de “igualdad sólo en derechos” o consideran que la educación pública, uno de los mayores logros de los activistas liberales decimonónicos, es una “aspiración”, en lugar de un derecho. En cambio, otros liberales sí eran favorables a la actuación gubernamental en ciertas esferas. En particular, a muchos liberales europeos les preocupaba el tema de desarrollar las capacidades para vivir la libertad plenamente.

Nos sorprendería también ver que desde el albor del Liberalismo se le diferenciaba de la Democracia. Muchos de los primeros liberales consideraban a la democracia como un régimen que podía acabar con las libertades, por el apasionamiento o irracionalidad de las muchedumbres. El liberalismo se asociaba a cierto ideal aristocrático, una actitud de mejoramiento personal y compromiso con el bienestar común que no era accesible a cualquiera. Su raíz está en la “liberalidad”, virtud moral propuesta en la Roma Republicana por Cicerón y también elaborada por Séneca o Plutarco.

Otra sorpresa es que, durante un buen tiempo, se podía ser un “liberal socialista”. El pensador J.S. Mill podría ser colocado bajo este rótulo.  La disociación entre liberales y socialistas se convierte en abismo cuando el marxismo se radicaliza y el movimiento obrero se siente insuficientemente atendido por las reformas políticas liberales.

Otra tradición liberal  que nos presenta Rosenblatt proviene de Alemania y desde la reflexión religiosa. Destaca Johann Salomo Semler (1725-1791), quien toma parte en la fundación de la “teología liberal” o “cristianismo liberal”. Fue un movimiento ilustrado donde los liberales buscaban de alejar la vivencia religiosa del dogma o la coerción institucional. En este esfuerzo, tuvieron en ciertos momentos aliento o, más frecuentemente, frontal oposición de las instituciones eclesiásticas. Desde el Vaticano o los pastores protestantes se generaron condenas hacia los liberales.  Incluso hoy día persiste una visión según la cual el Liberalismo, al cuestionar la autoridad religiosa o querer laicizar el Estado, habría destruido uno de los sustentos para la moralidad individual y la solidaridad social. Para algunos, un relativismo en valores o un nuevo hedonismo egoísta serían el resultado trágico del ideario liberal.

Si hemos de buscar algo común entre los liberales franceses y alemanes, cuyas ideas y actuación tuvieron eco transatlántico, fue su optimismo. Realmente creían en el ser humano como perfectible y veían su libertad como parte de un compromiso por mejorar la sociedad. Se era libre en compañía de los congéneres. Había una obligación moral entre los liberales, que les diferenciaba de las otras corrientes que querían encadenar al ciudadano o lo consideraban malo por naturaleza. Los liberales eran contrarios a Autoridades que se sostuvieran en la coerción, la fuerza, la tradición o las supersticiones.  En el caso alemán, hubo una particularidad:  hasta finales del Siglo XIX, Alemania no existía como Estado. Era una colección de principados y por ello los liberales tuvieron que transar sus ideales para apoyar a Bismarck, un déspota, en logar la unificación alemana. De modo más general, uno de los grandes inconvenientes para los liberales fue cuando se comprometieron con implementar reformas desde la política. Encontraron represión, fueron decepcionados o hubieron de ceder algunos de sus principios. Hoy día se tiene este mismo desafío para cualquier liberal que desee dar el salto a la acción, desde alguna plataforma partidista o cargo público.

La historia del Liberalismo tiene claroscuros.  La esclavitud se mantuvo por décadas en una sociedad que se hacía llamar libre: los Estados Unidos de América y cuya Constitución era un referente institucional para todos los amigos de la Libertad. El derecho al voto, durante buena parte del Siglo XIX, se mantuvo restringido a un grupo limitado de ciudadanos, considerando que sólo debían ejercerlo los hombres propietarios. Las mujeres fueron las que menos lograron disfrutar de los beneficios de la Libertad e incluso muchos pensadores liberales seguían considerándolas incapaces para ella, por su supuesta emotividad e incluso el temor de que el credo liberal las alejase de sus obligaciones familiares.

En ciertos momentos de la historia también se intentó justificar algunas instituciones añadiéndoles el adjetivo “liberal”.  Entre ellas, por ejemplo, el colonialismo o el imperialismo.  Se consideraba que las poblaciones negras o indígenas no tenían la capacidad para el ejercicio liberal con la que sí contaban los europeos blancos y que era incluso un deber propagar la Libertad mediante este tipo de intervención.

El libro de Rosenblatt, con maestría, nos va conectando a los heterogéneos pensadores liberales europeos con la complejidad de su tiempo. Nos muestra su diálogo transatlántico y como en Estados Unidos se enriquecen o reconstruyen sus planteamientos. Nos los coloca ante las vicisitudes políticas mientras el mundo se industrializa, al punto que en algún momento se llega a creer que sólo un líder logrará hacer viable la supervivencia del ideario liberal en la práctica. Estos “caudillos liberales” como Lincoln o Gladstone tampoco serían percibidos como íntegros o consistentes por varios liberales. Y, peor aún, en algunos casos los liberales apoyaron a “Cesaristas”, déspotas como Napoleón III o Bismarck, quienes les fallaron o engañaron.

Con Rosenblatt, rescatamos las mayores riquezas del Liberalismo: su orientación ética hacia el bienestar social, en lugar del acento exclusivo en el individuo; la gran paleta de colores liberales, donde conviven visiones diversas en lugar del pensamiento único que caracteriza a las doctrinas o ideologías. Y, en especial, la persistencia del ideario liberal para seguir alejando las sombras de la tiranía o el egoísmo en medio de tiempos difíciles.

Con entusiasmo, CEDICE LIBERTAD, durante la Celebración de la Semana de la Libertad, contará con una ponencia de la profesora Helena Rosenblatt el miércoles 11 de noviembre de 2020, a las 4 pm  (Hora de Caracas y de la Zona Este de Estados Unidos) desde la plataforma Zoom.  En Colombia o México será a las 3 pm y en España Peninsular a las 9 pm.  El enlace de Internet para la inscripción, sin ningún coste, es:  https://l.cedice.org.ve/SemanaLibertad2020w 

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Fuente: www.cedice.org.ve