Por las graves condiciones a las que nos ha llevado el castrochavismo, es comprensible el anhelo de la gran mayoría de los venezolanos que sufre condiciones muy difíciles de resistir por más tiempo, que las fuerzas políticasdialoguen con el propósito -común- de atender a los graves problemas del país. Sin embargo por tal propósito es necesario precisar, especialmente cuando los fines políticos son disimiles, que es indispensable partir de determinadas premisas para evitar caer en una nueva trampa a la cual nos tratan de llevar quienes siguen intentando hacer creer que, con las “misiones”, se podrán resolver los desastres que con esas mismas ellos han generado.
Tanto las condiciones para el de diálogo, como la metodología que se adopte, es decisión exclusiva de los venezolanos. Los mediadores no pueden ser impuestos por una de las partes. Deben ser escogidos por las dos partes y eventualmente con un tercero, de buena fe, incluidos de común acuerdo. Las partes deben comprometerse a mantener la máxima transparencia para que no se sorprenda a la opinión pública con hechos y decisiones que no reflejen el objetivo que, en nuestro caso, es mejorar las condiciones de vida de los venezolanos que sufren los embistes de unas carencias generalizadas y de un nivel de inseguridad a la vida y a las propiedades que se está agravando día a día.
Dado el alto nivel de crispación las premisas preestablecidas son absolutamente indispensables para que, a partir del primer resultado, se llegue a sucesivos consensos compartidos. Sin embargo, con relación al posible dialogo, no debemos olvidar que esa forma democrática de interactuar con las organizaciones políticas y de la oposición y con las más representativas de la sociedad, fue borrada de la práctica de gobierno por el chavismo, a partir de la vigencia de la Constitución Bolivariana.
Es así porque, bajo las actuales condiciones, la primera de las interrogantes que deben aclarase es, si las intenciones para un posible diálogo (manifiestas por algunas fuentes del oficialismo) tienen fundamento. Para ello habrá que examinar con esmero si su actitud, a partir del seis de diciembre pasado y de la toma de Caracas, se han producido algunos cambios de fondo para corregir la profunda crisis del país.
De un análisis de lo esencial, tenemos que admitir que la actitud de desconocer la legitimidad de la Asamblea Nacional y de sus facultades constitucionales (consagradas en los artículos desde el 136 al 143) es la prueba -madre- de la intención de Régimen de continuar su peligrosa ruta hacia el despotismo, actitud excluyente generalizada pues el Ejecutivo convirtió al Tribunal Supremo de Justicia en el vértice y árbitro de la inconstitucionalidad, como sistema.
Las persecuciones y detenciones de líderes políticos de la oposición y de la violación sistemática de los derechos humanos fundamentales así como la criminalización de la oposición democrática, son evidencias irrefutables de inseguridad y de un Estado de No Derecho. Todo esto, además, ha colocado al país en una situación de aislamiento de los países democráticos de occidente, de los organismos subregionales y los multilaterales que imposibilita a Venezuela recibir financiamiento por mal estado de las financias públicas y de la economía. Debiendo recurrir, por no caer en una cesación de pago a renovaciones si la obtienen, a condiciones forzosas.
Venezuela, por obra y gracias del castrochavismo, ha bajado a ser unos de los países más peligrosos del mundo, atrasado, hambriento, enfermo, empobrecido y dejo de ser un país de inmigrantes y la convirtieron en país de emigrantes la mayoría de profesiones y técnicos. La población está imposibilitada de contar con una atención médica en hospitales públicos y de medicinas para tratamientos de enfermedades permanentes. Con una alta mortalidad de recién nacidos y de parturientes por desnutrición o por otras causas no atendidas. Con un creciente índice de asesinatos de miembros de la Fuerzas Armadas y de los cuerpos de seguridad de Estado para despojarlos de sus armas de reglamento.
No es esta la Venezuela que queremos para nuestros hijos que se han quedado en el país. La Venezuela que queremos es la que conocimos cuando llegamos en nuestra condición de emigrantes. La Venezuela que queremos dejar a nuestros nietos será la que nacerá de las cenizas de este desastre por eso tenemos que luchar todos los demócratas por convicción sin descanso hasta un último aliento.
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Fuente: cedice.org.ve