Me atrevo a asumir, querido lector, que hasta cierto punto se encuentra Ud. abrumado por las olas incesantes de noticias, opiniones, artículos y escritos que a diario hacen llegada a su comprensión, haciéndole éstas constante eco durante su jornada, pues su constatación diaria es poco menos que una deprimente certeza. Por supuesto, con aquel atrevimiento anterior no se busca quitar importancia a aquellas brillantes mentes dedicadas a la deconstrucción analítica de Venezuela ¡En absoluto! Sencillamente se le quiere dar voz a aquello que se desprende de la empatía. Esta noción de que el agobio personal por lo antes descrito debe ser, necesariamente, un síntoma compartido.
¿De qué escribir, entonces? Inevitablemente se ha de tocar el tema de la situación venezolana, mas quisiérase hondar en ciertos aspectos que resultan en la esencia de nuestra coyuntura, la cultura y la identidad nacional, en lugar de los tradicionales elementos fiscales y políticos; síntomas de aquellas abstracciones mencionadas, arraigadas en el ser.
Veámoslo en este ejemplo puntual: al decir una persona que esta es ‘venezolana’, una noción de cultura (humor y catolicismo, por ejemplo), herencia histórica (Bolívar, Miranda y la liberación de América), paisajes (el Ávila o Roraima), lenguaje (el castellano) y sistema de valores (viveza criolla) son de inmediato sacados a flote por nuestra mente. Se maneja así una especie de concepto de ‘ser’ que va mucho más allá del individuo, y se traduce en una identidad colectiva que nos separa de otros grupos con particulares diferencias en aquellas cosas que finalmente terminan por hacernos quienes somos. Nótese además el hecho de que aquellos factores mencionados, que terminan por darnos sentido de pertenencia e identidad, resultan de naturaleza ajena a nuestra voluntad. Así lo aclara la historiadora estadounidense Gertrude Himmelfarb, quien escribe:
“Por sobretodo, lo que el cosmopolitanismo obscurece, incluso niega, es aquello dado por el simple hecho de vivir: padres, ancestros, familia, raza, religión, herencia, historia, cultura, tradición, comunidad- y nacionalidad (…) Ninguna es accidental, ni materia de elección. Son dadas, no decididas, y el tratar de negar cualquiera de estos rasgos trae costos al ‘ser’”.
Desde el punto de vista individual, la identidad resulta aquella primera ancla que nos permite la comprensión básica de nuestro alrededor. El identificar los conceptos, así sea con cierta tosquedad, de ‘yo’ y ‘ellos’ da paso a los contrastes más básicos que servirán de cimientos para el edificio de la lógica y el raciocinio… Pero ¿funciona la identidad nacional de la misma manera?
Ciertamente es un concepto mucho más amplio, y en consecuencia poseedor de una abstracción pocas veces bienvenida. Lo cierto es que este habrá de funcionar, primordialmente, como un diferenciador de colectivos y factor originario de cohesión social. Se desprende así una consciencia de ‘categoría común de membresía’ (Turner, J. C. 1982) que refuerza el sentimiento de comunidad y pertenencia, el cual psicológicamente habrá de tener un impacto relevante, aunque pocas veces identificado, sobre el desempeño económico y social del individuo. Así lo indica la denominada ‘economía de la Identidad’, explicando esta que aquellos agentes que se consideren parte de un grupo, buscarán maximizar su ‘utilidad de identidad’ a través de un mayor esfuerzo, mientras que en el caso contrario, mayores salarios serán reclamados como compensación de la no-pertenencia.
Por supuesto, lo hasta ahora explicado es un pequeño vistazo a ese iceberg cultural que tanto influye en las sociedades. En gran medida será la cultura heredada y las instituciones que de esta destilan las que sentarán las bases de una sociedad exitosa: dista mucho esto, sin embargo, del posible determinismo que podría erróneamente interpretarse en estas líneas. Lo cierto es que la cultura y las ideas que gobiernan una sociedad y que terminan por hacerse parte de la identidad de una nación, son manipulables y siempre cambiantes; incluso por factores exógenos a los grandes pensadores que puedan reinterpretar la cosmovisión de una nación (Hayek, 1949). Consideremos al caso de la América Hispana, o Latinoamérica, o Indo América, o América española… Ya resalta la vacilación de identidad en el nombre, pues el accidentado proceso colonial habría de sustituir una cultura e identidad por otra completamente nueva. Resultó esta además no homogénea y fragmentada en su origen, pues del mestizaje característico de ciertas regiones, particularmente Venezuela, dimanaría entonces una confusión incluso más pronunciada sobre quiénes son… Sobre quiénes somos.
Al ejemplo mencionado, que funcionará como punto de origen a nuestra sociedad actual, se le sumarán diversos factores que terminarán por hacer de la identidad venezolana una carente de cohesión y conformada por sub-identidades: el descubrimiento y dependencia del petróleo, la ola de inmigrantes europeos tras los conflictos bélicos en el viejo continente, la influencia norteamericana durante la guerra fría para frenar al comunismo soviético, la ruina nacional tras la década de los ochenta que habría de reforzar las diferencias socioeconómicas, y finalmente, la era del chavismo que funcionaría de catalizador a esta visión de ‘pobres contra ricos’ que posteriormente habría de alcanzar dimensiones poco sospechadas con el ‘chavistas contra no chavistas’. Será esta última la fractura de identidad que habrá de representar el obstáculo más difícil de superar como sociedad, pues yacen en su esencia resentimientos que imposibilitan alcanzar los beneficios de una nación unificada y sin cadenas que la anclen en un precipicio sin fondo. Será quizás la miseria que nos acecha aquel gran unificador, y el reconocer al gobierno y su ideología como caldo de cultivo de la ruina nacional. Tocará sin embargo a los liderazgos nacientes capitalizar en el descontento homogeneizador (ya no somos chavistas y no chavistas, sino venezolanos inmolados) identificando con pronta exactitud el punto de origen: el poder que ejerce la tentación del ‘oro’ negro sobre el siempre hegemónico Estado venezolano, y el liderazgo del fallecido Hugo Rafael Chávez Frías, no del actual presidente, pues sería el caudillo quien daría inicio a la fractura social más grande que ha vivido nuestra joven, aunque maltratada nación.
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Fuente: cedice.org.ve