Existen riesgos inminentes que más allá de encerrar al individuo, lo han desplazado de la arena esencial que es capaz de cambiar el rumbo de los hechos. Dentro de lo banal de estas épocas, se pliega la necesidad de aislarnos para superar una catástrofe, que ha sido el impulsor de la consolidación de aquellas veredas que estaban gestándose, entre ellas, el abandono de lo político y el desconocimiento de la fuerza ciudadana.
El espacio público donde se toman decisiones, lejos de ser común y de apremiar una dinámica comunicativa en pro de los intereses de diversas índoles, como lo económico, lo social y lo político, ha sido sustituido de forma abrupta por burbujas tecnológicas, donde por medio de las redes, se ha creado una comunidad digital que responde a atenciones que satisfacen al ego, y donde se expone con frecuencia y alevosía lo íntimo, donde se rechaza y se cancela al que opine distinto y se castiga cruelmente a lo que no cumpla con los parámetros aparentemente legítimos. De manera que el entorno societario donde se sientan las bases para la resolución de conflictos, ha iniciado una transición deficiente, que se pierde entre algoritmos y un contenido efímero. No obstante, esta sustitución impuesta ha sido aceptada sin ton ni son.
Empero, que los ciudadanos hayan dejado de ejercer su rol de cambio en el espacio público, no significa que este espacio desaparezca, solo han “cedido” la capacidad de tomar decisiones y de incidir en la política, ya que, tal como la historia ha mostrado, ningún espacio admite vacíos de forma permanente, y que a corto o largo plazo, será tomado por alguna entidad con intereses específicos. Ahora bien, ¿Quién o qué está ocupando este vacío? Tal parece que el mundo está cambiando y estas nuevas formas han generado que el enfoque prioritario impida la reflexión, el debate, la discusión y el conocimiento.
La respuesta a esa pregunta es obvia y funda temor sobre los amantes de la libertad, no por incapacidad de generar cambios trascendentales dentro del nuevo orden político, donde los gobiernos han aumentado su autoridad, sino por la ausencia de voluntad que se plantea en la realidad política de las sociedades en donde aún existen vestigios de democracia, y por supuesto, que el escenario para los países que están bajo regímenes de características totalitarias es menos alentador. Por esto, esta reflexión va más allá de explicar la decadencia en la que se está inmerso, se intenta incrementar la búsqueda del cambio, ya que se hace necesario pensar, trascender y volver a la esencia misma que nos hace ser y reconocer la existencia del otro, a pesar de la despersonalización material y física,
en donde además, podremos estar hostigados por las diferencias, y entenderemos que defender nuestras ideas no es un error, el error garrafal es convertir la desesperanza y el miedo en detractores de las acciones políticas. Parece que, volver a caminar juntos es vital, alzar las velas, ejercer la libertad y navegar en el barco es indispensable para superar la barbarie de la que hoy se es parte.
En efecto, la amenaza más latente para la libertad, no solo está representada por la policía digital que están imponiendo como solución a la expansión del COVID- 19, ni siquiera se ve reflejado directamente en las intenciones de sostener dichas formas de control cuando se haya superado la emergencia. Por mucho, la amenaza está en la servidumbre voluntaria del individuo, quién ha cambiado sus prioridades, ha prescindido de sus responsabilidades como ciudadano y ha suplantado a la acción política por formas banales de representación.
Finalmente, la intención no es desestimar los avances tecnológicos ni rechazar las herramientas que nos ofrecen estas nuevas comunidades digitales, de hecho, la idea central es optimizar las ventajas que nos otorga la inteligencia artificial para superar aquellas debilidades que como seres humanos poseemos, entablando una comunidad de pensamiento orgánica, responsable, sustentable y que se adapte a las necesidades y a las formas de vida que corresponden a estos tiempos.
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Fuente: www.cedice.org.ve