Recientemente, en ocasión del aniversario de CEDICE, contamos en la ciudad de Caracas con la visita del Premio Nobel Don Mario Vargas Llosa, quién se refirió a la inconveniencia de los héroes epónimos en las sociedades desarrolladas. A partir de este planteamiento me propongo esbozar la situación actual de la Responsabilidad Social Empresarial en Venezuela y qué acciones podría emprender actualmente el sector privado para cumplir con algunos de los principios básicos de la RSE.

En Venezuela existe un marco regulatorio importante para el funcionamiento de la actividad privada; son muchas las normas y resoluciones que regulan las relaciones con los trabajadores y la comunidad, algunas de ellas buscan incentivar la participación de las empresas en la comunidad, pero en general, todas tienen un carácter altamente regulador y punitivo, lo que deja poco margen al sector privado para desarrollar acciones más propias de la RSE. Así mismo, el tercer sector (organizaciones no gubernamentales de desarrollo social, de derechos humanos y ambientales) también se ve afectado por estas leyes y otras tantas que dificultan el vínculo con las empresas. La mayoría de los programas dirigidos a la comunidad son canalizados por el Estado a las organizaciones que le son afines, como los Consejos Comunales. En el país la discusión ha estado centrada en el modelo económico, cuya tensión se mueve entre el sistema capitalista y el socialista; por tanto, la actividad privada ha estado enfocada en un ejercicio de sobrevivencia.

Es difícil hablar de RSE en Venezuela pues la condición fundamental es que exista un sector privado (empresas) y un Estado de derecho (seguridad), condiciones fundamentales para estimular la productividad. Actualmente existe alta regulación y poco diálogo del Estado con el sector privado; el foco en la sobrevivencia por parte del sector privado no le ha permitido desarrollarse e invertir; las políticas económicas del Estado han estado centradas en las importaciones, mermando sustancialmente la producción interna; las multinacionales se han limitado a mantenerse en el negocio con muy bajo perfil y seguir líneas básicas de sus casas matrices en RSE; las organizaciones dedicadas a estimular la RSE han estado orientadas a mostrar lo que hacen las empresas en materia filantrópica y hay muy pocos espacios para la discusión y pensamiento en esta materia; las organizaciones internacionales que estimulan la RSE se han mantenido al margen con poca o ninguna participación y estímulo en Venezuela. Todo ello conlleva a políticas de corto plazo que no contribuyen al movimiento de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), el cual podríamos resumir en:

  1. La discusión y los esfuerzos están volcados en aspectos ideológicos y del modelo económico; ello no facilita la incorporación de un modelo de RSE en un sistema capitalista como una nueva forma de organizar a la sociedad y una forma de desarrollo.
  2. Los esfuerzos de algunas empresas que han apostado por el largo plazo y por mantenerse en la actividad económica están dirigidos a la incorporación de la RSE en su gestión, pero son muy pocas las empresas que tienen esta visión y que han comenzado a ver a la RSE como un modelo de gestión y la han incorporado a su estrategia. En el interior del país la situación es aún más difícil y la RSE está más centrada en una visión filantrópica (esto último nada criticable, en mi opinión, pero insuficiente).
  3. El entorno fiscal posee incentivos como las regulaciones que facilitan los aportes a niños y jóvenes a través de la LOPNA, pero al mismo tiempo, desarrolla constantemente nuevas regulaciones para otras actividades, la mayoría de ellas enfocadas en el castigo o en el estímulo a través del látigo.
  4. No obstante, el tema se ha mantenido en agenda, probablemente por miedo o necesidad frente a la situación. Además de ello, las experiencias previas en RSE representan modelos importantes a seguir y oportunidades para desarrollar. Nos hemos quedado atrás en un modelo de gestión competitivo, que apueste al desarrollo del sector privado, del país y represente un aporte para la región. – De acuerdo con el último ranking de competitividad mundial publicado por IMD (escuela de negocios suiza), Venezuela ocupa el último lugar, seguida por Croacia-.

Esta combinación de factores y circunstancias nos lleva a pensar que nos encontramos en una coyuntura y, debido a ella, estamos muy atrasados respecto a países de la región como Brasil, Chile, Colombia, pero ello no significa que Venezuela no pueda incorporarse a este desarrollo. Los países en Latinoamérica, con movimientos importantes en materia de RSE, son Brasil y Chile, y corresponden a iniciativas de las grandes empresas que fueron creciendo a través de sus cadenas de valor abarcando a las medianas y pequeñas, siendo un posible modelo a seguir. Destaca el significativo esfuerzo realizado por Colombia a través de sus organizaciones gremiales para incentivar la incorporación de buenas prácticas en corto tiempo. Centro América, por su parte, se propuso incorporar progresivamente prácticas de RSE en los sectores productivos y apostar al desarrollo de la región al incorporar a la mayoría de sus países a este movimiento.

En el caso venezolano, un espacio de construcción, de reconocimiento puede también surgir desde el sector privado, pues debe comprenderse a una empresa como un ciudadano más con deberes y derechos, capaz de responder a las demandas de la sociedad. Según Bernardo Toro, filósofo e intelectual colombiano, la ética es “el arte de elegir aquello que le conviene a la vida digna de todos. Un ciudadano ético es aquel que frente a los pormenores que atraviesa la comunidad donde vive se propone diferentes caminos posibles, se pone en acción y trabaja junto a sus pares para buscar la mejor manera de llevar adelante el cambio.” A ello, podría agregarse que “las empresas no son solamente un sujeto económico activo, sino un sujeto social actuante” (Paul Capriotti, “Concepción e importancia actual de la ciudadanía corporativa”, en: revista digital Razón y Palabra).

A partir de ello, se propone a los líderes de las empresas y a las organizaciones promover una conducta empresarial que traspase la productividad y genere un espacio de sana convivencia y participación ciudadana basadas en valores positivos y sin violencia, generar espacios de ciudadanía internos sin esperar cambios afuera para contrarrestar la desesperanza. Se trata de iniciar un camino cívico a través de programas que incentiven la buena convivencia, la cultura de paz dentro de la empresa y con sus relacionados, trabajando con el universo de la población laboral, sus familias, los grupos de interés e, incluso, progresivamente traspasar los anillos y círculos naturales del entorno empresarial, mediante actividades de información, educación y comunicación.

Esta propuesta podría ser el primer paso para responder a la necesidad de convivir socialmente, de construir ciudadanía. La democracia requiere ciudadanos, esto es, personas que quieran colaborar en la construcción y mejora de la vida colectiva. Sin ciudadanos activos y responsables no hay democracia auténtica.

El camino de la RSE parte de ciertos principios básicos, a nivel individual y de la sociedad, comportarse cívicamente, considerar la existencia del “otro” como elemento fundamental de la convivencia, que ese comportamiento cívico sea aceptado por todos, sea cual sea su religión, procedencia o ideología, son aspectos fundamentales para avanzar en una sociedad.

Victoria Camps, catedrática española de filósofa moral y política, en una de sus tantas publicaciones acerca de la ciudadanía plantea la necesidad de responder a ciertas preguntas para comprender la relevancia del comportamiento cívico; entre ellas, vale la pena mencionar: ¿por qué sigue siendo esencial ser bien educado o considerarse sujeto de deberes?, ¿por qué conviene trabajar competentemente?, ¿por qué hay que recuperar una virtud aparentemente tan anacrónica como la de la templanza?, ¿por qué y cuándo es buena la rebeldía y hasta qué punto no contradice la participación política?, ¿por qué hay que preocuparse cívicamente del entorno y cuáles deben ser los límites de tal preocupación? Nuestra condición humana y ciudadana (propia de las ciudades) es la vida en común, por tanto, la convivencia.