Nadie habla del emprendimiento como un sinónimo de supervivencia, pero eso es exactamente lo que es y es lo que nutre el pensamiento creativo
-Anita Rodrick
En el año 2018 nos encontramos con una triste realidad: el año 2018 evidenció, luego de 3 años consecutivos de estancamiento, un aumento histórico en las emisiones de CO2[1]. Al leer las noticias, no podemos evitar sentirnos aturdidos por los incendios forestales como los de Australia y el Amazonas, por el derretimiento de los casquetes polares, por las alarmantes declaraciones de gobiernos y ONGs respecto a las consecuencias al largo plazo si no se toman acciones al respecto. Pero, es importante preguntarse, ¿es que no se están tomando acciones al respecto? Si bien aún la batalla no está ganada y hay que redoblar esfuerzos, ¿es acaso cierto que la tendencia es negativa?
En la lucha contra el cambio climático, hay diversos actores, cada uno con su rol y rango de acción. Los gobiernos recurren a la estrategia más común para ellos: la modificación de incentivos. La lógica del gobierno es la de regular a través de legislaciones, cuotas, impuestos, subsidios, etc. La COP21 en el año 2015 selló la renovación de un compromiso de los Estados para cumplir con los parámetros necesarios para detener el aumento de la temperatura global, el Acuerdo de París[2]. El fin de este tratado es procurar que el aumento de la temperatura global no supere los 2ºC respecto a la era pre-industrial y redoblar esfuerzos para evitar que el calentamiento global no supere los 1,5ºC.
Para lograr este objetivo, los Estados se comprometieron a reducir las emisiones de CO2 en su territorio de manera significativa, redoblando esfuerzos cada 5 años. Sin embargo, el Estado no posee las capacidades para crear maneras de reducir la contaminación ambiental sin afectar la productividad empresarial. La herramienta de la regulación busca modificar los incentivos para seguir una u otra opción en el ámbito privado (por ejemplo, desincentivar el uso del carbón en las fábricas), pero eso conlleva obligatoriamente a incurrir en costos, ya sea por parte del gobierno para mantener la política (como los créditos a las energías verdes o la creación de burocracia para vigilar que se cumpla) o de los privados para obedecerla (reinversión en nuevas tecnologías para mantener la producción mientras se cumplen las regulaciones).
Las ONGs y otros movimientos activistas tienen como herramienta principal la cobertura mediática de sus palabras e investigaciones así como la masa que arrastran. Movimientos como The Nature Conservancy, Ocean Conservancy y World Wildlife Fund llevan años concientizando a los privados y al público sobre los efectos de prácticas como el uso de aerosoles, las malas prácticas a nivel industrial, los desperdicios plásticos en el mar, etc. La influencia de estas ONGs ha crecido en el tiempo y cada vez existen más investigaciones sobre el impacto de las mismas en distintas partes del mundo[3].
Finalmente se encuentran las empresas, cuyas principales herramientas son la producción y la innovación. Las empresas son, en conjunto con los consumidores, los principales agentes de cambio a nivel ambiental. Las prácticas de consumo y producción son vitales para reducir la contaminación ambiental. En un artículo anterior se habló sobre la importancia del cambio de modelo de consumo y producción, incluyendo la tendencia cada vez mayor a adquirir productos eco-amigables[4].
Sin embargo, es importante preguntarse ¿están las empresas trabajando activamente por satisfacer esta demanda? ¿Qué acciones han tomado para reducir su huella? ¿Podemos decir que vamos por buen camino o no?
La realidad es que las empresas se han encargado de escuchar a los consumidores y en los últimos años, hemos visto un aumento en el uso de energías renovables, un crecimiento exponencial del número de patentes de tecnologías ecológicas en el mundo y un aumento en las inversiones en tecnologías verdes.
Entre los años 2000 y 2018, Ritchy y Roser (2019) muestran en gráficas los cambios en los patrones de consumo de energía a nivel global. Según sus datos, el consumo de combustibles tradicionales se ha visto reducido en términos absolutos en favor de fuentes de energía renovable como la energía hidroeléctrica, solar y eólica, entre otras energías verdes. Aunque el aumento del porcentaje de uso de estas energías verdes solo ha sido del 18,21% en los 2000 al 22,66% en 2018 (un aumento de poco más del 4% sobre el consumo total), las energías verdes parecen estar ganando gran fuerza en el mercado.
La producción de energía hidroeléctrica se ha casi duplicado en los años comprendidos, siendo los principales generadores China, Canadá y Brasil. La producción mundial de energía eólica ha pasado de 31 TWh (TeraWatts por hora) a 1.200 TWh, catalizado principalmente por la región Asia-Pacífico y Europa. La capacidad instalada de energía solar creció exponencialmente, pasando de tan solo 1 TWh en el 2000 a 584 TWh en 2018, siendo China, Estados Unidos y Alemania los principales generadores. La producción global de biocombustibles ha tenido un auge significativo (especialmente en Estados Unidos y Brasil), pasando de 1.161 TWh en los años 2000 a 11,091 TWh para 2018. Finalmente, la capacidad instalada de energía geotérmica para el año 2018 alcanzó los casi 3.000 TWh en Estados Unidos, 1.800 TWh en Filipinas y los 850 TWh en México, los principales productores[5].
No solo la producción de energías verdes ha aumentado de manera considerable, sino que además se ha visto un aumento en el número de patentes de tecnologías verdes que se registran cada año por parte de los privados.
Según un estudio realizado en 2018 por Fushimi, Bergquist y otros, el número de patentes verdes registradas en la OMPI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual) ha crecido muy rápido en la última década. Estas patentes provienen principalmente de Japón, Estados Unidos, Alemania y China, que cubren juntos más del 60% de las patentes registradas. El estudio muestra que el número de patentes registradas en la rama de energías verdes casi se dobló entre 2005 y 2013 (de 65.105 en 2005 a 113.457 en 2012, un crecimiento del 8% anual) y el número de aplicaciones de registro se triplicó en el mismo periodo. Esto representa un crecimiento mayor al registrado en el número de patentes convencionales, que creció un 41% en el mismo periodo; lo mismo ha sucedido con el número de aplicaciones de patentes convencionales versus aplicaciones de patentes verdes. Aunque hubo una desaceleración a partir de entonces en el crecimiento, las patentes de la rama de tecnologías de conservación energética han mantenido un crecimiento, aunque más lento[6].
Un estudio de la OMPI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual), entre el año 2000 y 2011 muestra el crecimiento en el número de patentes registradas en los distintos tipos de energías alternativas. Aunque energías verdes como los biocombustibles han tenido un aumento en el número de patentes relativamente bajo, pasando de alrededor de 500 patentes registradas en el 2000 a casi 2.000 en el año 2011, energías como la eólica y la solar-térmica han tenido un aumento significativo de 800 patentes en los 2000 a poco más de 5.000 en 2011. Sin embargo, el aumento más importante ha sido en las patentes de energía solar-fotovoltaica: en el año 2000 se registraron alrededor de 2.500 patentes en el área, para 2011 el número había aumentado a más de 9.000[7].
Finalmente, se ha evidenciado un aumento significativo en el tamaño de inversiones en tecnologías verdes en la última década, de acuerdo con un reporte publicado por el Centro UNEP de la escuela de Frankfurt (2019). Los años comprendidos entre 2010 y 2019 han visto una inversión total de 2,6 billones de dólares en capacidad instalada de energías renovables, eso sin incluir la energía hidroeléctrica a gran escala. Esta inversión se concentra mayormente en la energía solar fotovoltaica y la energía eólica. El aumento de la inversión en estas dos energías renovables viene dado por una reducción significativa de los costos de producción de electricidad con estas energías, especialmente la producida con energía solar, que ha pasado de 304 USD por MWh a 57 USD por MWh en 2019[8].
No solo ha habido un aumento en la inversión en capacidad instalada de energías verdes, sino también en el área de investigación y desarrollo (como puede demostrarse por el aumento en el número de patentes registradas anteriormente esgrimido). Mientras que el tamaño de las inversiones “venturing capital” se ha reducido en el área, las inversiones anuales de empresas grandes y sólidas han crecido con el tiempo (mostrando que el mercado verde ha madurado en la última década). Los capitales privados han aportado más de 2,6 billones de dólares para investigación y desarrollo de energías renovables en la última década[9].
Ya sea por la visión de una oportunidad de negocio, por un cambio en las preferencias de unos consumidores cada vez más informados, por la presión de grupos privados interesados en el ambiente o por una modificación en los valores intrínsecos de las compañías, las energías verdes y el modelo ecológico están permeando cada vez más en las estructuras empresariales. Es cierto que deben aumentarse los esfuerzos para revertir definitivamente la tendencia negativa del cambio climático, pero la aproximación de cascada que justifican los Estados, donde los gobiernos tienen la batuta, ignoran que la capacidad de innovación y desarrollo de tecnologías siempre ha sido la especialidad de los privados.
Como lo muestra la gráfica de Cedice, según los países se hacen más libres económicamente y más innovadores gracias a la iniciativa privada, se empieza a desarrollar una especie de curva ambiental de Kuznets:
Al principio, la contaminación aumentará en la etapa de desarrollo, pero luego los niveles de contaminación se reducen considerablemente.
Es necesario apoyar a los privados liberando las capacidades de innovación e inventiva a través de regulaciones flexibles y pro-mercado. El ambiente necesita aliados y los privados son los mejores aliados que puede tener.
Jesús A. Renzullo
Co-coordinador del programa CEDICE Futuro. Licenciado en Estudios internacionales de la Universidad Central de Venezuela. Profesor Universitario de la UCV. Asesor de exportaciones.
[1] La noticia y sus posibles causas se pueden encontrar aquí: https://unfccc.int/es/news/el-carbon-causo-un-aumento-del-17-de-las-emisiones-de-co2-en-el-mundo-en-2018
[2] Para saber sobre el acuerdo de París, leer: https://www.nytimes.com/es/2017/06/01/espanol/que-es-el-acuerdo-de-paris.html
[3] En los últimos años hemos visto investigaciones sobre la influencia de las ONG ambientales en India, Japón, EEEUU, Reino Unido, Corea del Sur y más.
[4] Para leer el artículo completo, leer: https://cedice.org.ve/cedicefuturo-adaptandose-al-nuevo-modelo-de-consumo-y-produccion-por-jesus-a-renzullo/
[5] Todos los datos establecidos aquí pueden encontrarlos en el siguiente link: https://ourworldindata.org/renewable-energy
[6] El estudio de Fushimi y se encuentra publicado en la página de la OMPI: https://www.wipo.int/edocs/pubdocs/en/wipo_pub_econstat_wp_44.pdf
[7] Para leer el informe completo, buscar en: https://www.wipo.int/pressroom/en/stories/green_tech.html
[8] El estudio de la escuela de Frankfurt puede verse completo aquí: https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/29752/GTR2019.pdf
[9] También comprendido en el texto de la escuela de Frankfurt.