“Aunque no soy creyente, aclamo al cristianismo, y especialmente al catolicismo, como el sustento de la libertad”. Así expresaría Murray N. Rothbard (1991) en una carta a su amigo Justin Raimondo. Bajo esta frase del gran y reconocido economista de la Escuela Austriaca de Economía, deducimos que dentro de su pensamiento, destacaba la importancia que tenia la religión para preservar y desarrollar una sociedad más libre, en donde también entra la economía de libre mercado.
En este sentido, como primer intento de acercar ambos términos de nuestra premisa inicial, tenemos que dentro de la doctrina cristiana se proclama la suprema santidad del individuo, algo que Ayn Rand (siendo atea) reconoce en una carta escrita al Reverendo Dudley en 1943 al manifestar que “Dado que el hombre es un animal racional, su moralidad debe ser individualista, puesto que la mente es un atributo del individuo, y no existe un cerebro colectivo(…) eso implica que Dios dotó al hombre de libre albedrío y con la capacidad de decidir”. Esto en el libre mercado, se refleja en que dentro de una economía de libre mercado, el orden de la misma no se planifica por nadie ni tampoco es premeditado, pero que todo funciona en ella ya que existe algo denominado “mano invisible” (metáfora de Adam Smith), que maneja la idea de que perseguir el beneficio propio formentara aun más el interés de la sociedad, y así el orden de la misma surge de manera espontánea, todo ello sin suprimir la individualidad del hombre. Es decir que cada hombre, desde su razón, contribuye al buen desarrollo de la economía y la sociedad.

También dentro de una economía de mercado, no puede persistir un sistema de abusos. Se piensa que en el libre mercado, las grandes empresas suprimen a las pequeñas empresas, formando así monopolios, pero realmente, según Mises (2011) los empresarios que sobreviven al libre mercado son aquellos que logran entender que su función en el mercado es servir al consumidor mejor que otro empresario. Esto, sin duda converge con el pensamiento de Santo Tomas de Aquino, cuya doctrina, aun se mantiene vigente dentro de la Iglesia Católica. En el catolicismo, se condena y prohíbe la usura sobre el dinero.

Según Rothbard (2000), Tomas de Aquino, reforzó la tradición previa de justificar las inversiones en una sociedad, la cual sería licita si cada miembro retiene la propiedad de su dinero y asume su riesgo de pérdida, y por tanto, el beneficio de esas inversiones arriesgadas seria legitimo al generar una ganancia licita por medio de ella y en un mismo sentido, también Tomas de Aquino defendió a la propiedad privada por sobre la colectiva, convirtiéndola así como una característica necesaria del estado terrenal del hombre, idea que posteriormente seria defendida por autores como John Locke, Adam Smith, Friedrich Hayek, Ludwing Von Mises, y otros autores con raíces liberales, inclusive de tendencia anarquistas.

Ambos elementos que hemos mencionado, hacen parte esencial del sistema capitalista. Si leemos la encíclica Centesimus Annus, escrita por San Juan Pablo II en 1991, se expresa que la iglesia apuesta por el capitalismo, ya que el mismo reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado de la propiedad privada y la libre creatividad del hombre en la economía. Por tanto, la religión y el libre mercado terminan nutriéndose de manera espontanea, generando así una relación positiva entre ambos términos, obstruyendo así por ejemplo, el pensamiento de Weber (1991) de que la religión es una amenaza para la economía.

Notamos entonces, que la religión, poseedora de normas morales, sirven de mucho para las acciones que los individuos realizan dentro del mercado. Normas que se han transmitido de generación en generación y que han sobrevivido y prosperado hasta nuestros días.

Manuel Gonzalez.

Estudiante de Ciencias Políticas – UCV.
Miembro de CEDICE Joven – Región Central.