Este es el ensayo ganador del Primer Lugar del Concurso de Ensayos “El Libre Comercio y la Soberanía del Consumidor”, escrito por Ariana De Sousa.

Primeras palabras y demás ocurrencias iniciales

La disputa sobre si el Libre Comercio es o no el camino ideal que debe seguir la economía a nivel mundial se ha convertido en aquel tópico constante de nuestra sociedad del que nadie pareciera dar un veredicto definitivo, como si de la propia paradoja del huevo y la gallina se tratase. Esta idea ha sido estudiada por innumerables teóricos, políticos y personajes a lo largo de los años generando diferentes matrices de opinión a su paso y dejándonos en el camino promotores y detractores.

Partiendo de esta premisa, me gustaría comenzar advirtiendo que a través del ensayo no pretendo superar en conocimiento a ninguno de ellos, ni mucho menos, dar un veredicto final acerca de si son mayores las “bondades” o, por el contrario, los “horrores” del Libre Comercio; simplemente, asumiré la tarea de ilustrar desde la perspectiva de una joven venezolana de 24 años de edad, las preguntas máximas que considero han quedado sin responder dentro de nuestro panorama económico. Además, me encargaré de plasmar el contexto económico, político y social venezolano y su influencia en el desarrollo de nuestra identidad como nación, así como, el rol que desempeña en nuestra percepción del Libre Comercio.

Queda de usted, querido lector, analizar el texto y, como si hubiese sido designado un miembro del jurado al que le presentan las pruebas sobre un individuo llamado Libre Comercio, decidir cuál será su voto para el acusado.

¿Qué puedo decir? Como periodista, siempre seré una eterna enamorada de la libertad de pensamiento y de elección.

Capítulo I – Acerca del contexto y su influencia en la apreciación del Libre Comercio desde la perspectiva venezolana

Pocas veces damos una importancia real al cómo influye, inclusive te predispone, el haber nacido en determinado lugar, sujeto a determinadas condiciones políticas, sociales y culturales. Para alguien que de 24 años de edad, lleva 20 conociendo únicamente al gran “Macondo” venezolano, salir a observar que el mundo se maneja con mayores grados de libertad -y normalidad- de lo que podría siquiera imaginar es una situación extremamente desconcertante.

Para un venezolano, salir de viaje e ir al supermercado, un hecho social tan “simple”, se convierte en un hito de transformación personal del que jamás regresa igual; ha cambiado al redescubrir lo que se le había olvidado o sido negado por mucho tiempo. El choque de realidad de entrar en la tienda de víveres y observar que tienes más de una opción de productos de diferentes orígenes, precios y calidad; promociones con descuentos de 50%, 20%, 80%; o que vas acumulando dinero en la tarjeta de fidelización del súpermercado; se vuelven conceptos díficiles de asimilar en un primer contacto.

Demos una vuelta de 180 grados y apreciemos esa escena con otro protagonista, un estadounidense o europeo, aunque mejor escojamos a un canadiense que es territorio “neutral” como Suiza, para evitar sensibilidades de algunos y que conviertan el resto del ensayo en un capitalismo vs. marxismo, la eterna lucha de la cual todos sabemos quién ganó -si a usted aún le quedan dudas, lo invito a que pase una semana en Cuba o Venezuela ganando en la moneda local, le aseguro que será argumento suficiente para reconocer al vencedor-. Así pues, imaginemos un canadiense, acostumbrado a hacer las compras gozando de la libertad de elección, beneficios, etc… inmerso en la realidad venezolana de las colas por horas, los “no hay” y hasta aquellos “productos que solo se compran por número de cédula”; ¿cuál sería la reacción de nuestro querido conejillo de indias?

Ampliemos el espectro, salgamos del supermercado y caminemos a la farmacia. Sorpresa. Las medicinas que necesitas ya no están. ¿Y ahora? Este ejemplo puede aplicarse en cualquier escala dentro de la realidad venezolana; la economía ha sido atacada y violentada, de tal forma, que nada consigue funcionar correctamente. Las constantes expropiaciones, devaluaciones, inflaciones, falta de efectivo circulante, cambios en la moneda, inestibilidad política, carencia de productos, díficil acceso a las divisas, corrupción y delicuencia conforman el día a día de cualquiera que viva en la que otrora fuese tierra de libertad y libertadores.

Demos algunos pasos más, entremos a un McDonald’s, hagamos la fila -si todavía consigue- y esperemos para hacer el pedido, veamos el precio de una tradicional Big Mac: 1090 Bs.S. sola y 1140 Bs.S. en combo, hagamos entonces la eterna conversión: cuántos salarios mínimos equivale y cuántos dólares o euros al “cambio”, entiéndase que al hacer referencia a la palabra “cambio” denota al cambio “que intenta ser real” (o lo más cercano a la realidad posible), es decir, al valor que puedes consultar en páginas como DolarToday; no al cambio imaginario de los que viven en Wonderland, como Alicia. Por poner un ejemplo, sigamos con esa Big Mac que actualmente para el día 22 de noviembre de 2018 -debo indicar fecha porque los precios cambian constantemente- cuesta en combo 1140 Bs.S., lo que representa casi un sueldo mínimo o 3,58 dólares apróximadamente (depende de cuánto cotice el dólar su fuente de elección, en este caso, DolarToday para este jueves indica que el dólar está a 318,04 Bs.S., en su defecto, 3,14 euros apróxidamente).

En traducción, nuestro canadiense si fuese venezolano necesitaría utilizar casi en su totalidad el salario mínimo del mes para pagar una simple hamburguesa, suponiendo que vaya al McDonald’s sin compañía y no requiera comprar durante ese tiempo ningún otro producto, incluidos los de primera necesidad. Esta es la realidad a la que cueste admitir nos hemos acostumbrado, situación que vuelve aún más complicado después adaptarse a otro país donde comprar una Big Mac no representa la necesidad de pedir un crédito para costearla.

Ese realismo mágico donde todo es posible y la realidad cada vez se parece más a las noticias del Chigüire Bipolar, termina por volverse el perfecto caldo de cultivo fecundo para las malas ideas donde al fusionarse con la ilusión característica del optimismo típico en la personalidad venezolana, obtenemos como resultado que las personas coloquen toda su esperanza financiera en soluciones de la talla de “matar un tigre” o “buscar para resolverse la vida”, con ideas tan “virtuosas” como vender efectivo o productos “bachaqueados”, además de las tradicionales ideas “empreendedoras” de: “se apostilla al DM”, vender o comprar divisas extranjeras, participar en “flores de la abundancia” (y demás nuevos nombres para el tradicional esquema piramidal)… La ilusión de que todo está  -o estará- bien si conseguimos “matar ese tigrito este mes” no permite darnos cuenta que no será solo ese mes que necesitaremos “matarlo”, porque estamos inmersos en un círculo vicioso del que solo se puede salir con políticas económicas reales y no “poniendo salsa” para demostrar que estamos descontentos.

Capítulo II: Los dioses del Olimpo se olvidaron de una tierra llamada Venezuela

Cuando fuimos “descubiertos”, nos llamaron “Venezuela”, término con el que evocaban una pequeña Venecia. ¡Qué gran ironía nos dejaron con ese nombre! Venecia fue durante mucho tiempo regente de las relaciones de comercio entre Europa y Oriente, el lugar de los mercaderes, donde la actividad económica era constante y todo pasaba por ahí, centro de cultura y comercio, punto de encuentro de la sociedad; que 520 años después, Venezuela sea la antagonía del libre comercio -y nuestra política exterior se haya convertido en una “caimanera” donde lo importante es siempre quedar en el equipo de los chinos, cubanos y rusos-  parece un castigo de aquellos dioses romanos, que sufrían pasiones y emociones humanas, por algún mal comportamiento nuestro. Tal vez Mercurio -Hermes si nos vamos a los griegos- se haya molestado por tan mala elección -y falta de juicio- en el 98’ y nos haya castigado dejándonos a nuestra propia suerte y carentes de su bendición para el comercio.

Porque no existe otra explicación racional para que un país con el potencial de Venezuela, y no me refiero nada más a las famosas reservas de petróleo, sino a toda la riqueza mineral, potencial turístico, capacidad humana y posición geográfica del país, no se haya convertido aún en una potencia del hemisferio. Venezuela, al estar en la punta de América del Sur, se torna un país clave al poder funcionar como centro de operaciones de líneas áreas, punto de distribución de productos dentro de las Américas, entre otras cosas.

De esta forma, “Sembrar el petróleo” se convirtió en aquél consejo que nos dieron y no hicimos caso. Nos negamos a asumir la dependencia que genera concentrar nuestros esfuerzos en un solo producto, porque la verdad es que no es el único que tenemos, lo que al reflexionar y reveer la historia de nuestro país hace que nos duela aún más no haber seguido ese consejo. Era más fácil para muchos dirigentes seguir con aquella “vieja tradición” que arrastrábamos de ser monoproductores toda nuestra historia. ¿La cruda verdad? No nos desarrollamos, tan solo cambiamos los campos de cultivo, por los de petróleo; un producto por otro.

El pensamiento económico venezolano necesita cambiar, modernizarse y adaptarse a los tiempos actuales, porque de continuar por este camino seremos el ejemplo vivo de “Las crónicas de una muerte anunciada” y negar la posibilidad de abrirles las puertas al Libre Comercio en un futuro, sería otro error abismal.

Capítulo III: El monstruo del Libre Comercio y su relación con el Lago Ness

Cuando alguien pronuncia las palabras “Libre Comercio” parece que un halo de misterio se instalara en la habitación y se diese inicio al relato de aquellas viejas historias del monstruo del Libre Comercio, presentado como si fuese el propio Nessie -el monstruo del Lago Ness- que apareciese nuevamente sin perder vigencia.

En ellas, exponen al Libre Comercio -y sus efectos- como la gran incógnita que debe ser resuelta, porque como todo gran misterio genera miedo y el mayor temor que produce el Libre Comercio, con sus derivados y Tratados, es la asociación que se hace de que firmar un Tratato de Libre Comercio (TLC) es directamente proporcional a generar una gran cantidad de pérdida de empleo, lo que sucede al irse las grandes compañías en busca de mano de obra más barata, por lo que probablemente el producto final extranjero también termine siendo más accesible al consumidor, en detrimento de la producción nacional. Esta es una idea generalizada llevada al extremo, ni todos los Tratados de Libre Comercio tienen esas consecuencias, ni tan bueno es el proteccionismo e intervencionismo del Estado. Un TLC bien planificado, pensado y donde los puntos estén bien estipulados llega a ser beneficioso para cualquier país que lo aplique.

Un Tratado de Libre Comercio  no es una decisión del momento, una política arbitraria como esas a las que nos hemos visto aconstumbrados últimamente, aquellas que parecen más fruto del resultado del sueño del día anterior que de un estudio real del problema.

Un TLC es la respuesta coordinada de las partes en pro del aumento del intercambio comercial y beneficio para sus firmantes, con condiciones establecidas que pueden abarcar desde los productos que están incluídos hasta la forma como se ejecutará el calendario de desarme arancelario. El éxito de un Trato de Libre Comercio depende del estudio previo a la realización del mismo, del entendimiento de las necesidades y realidades de ambos países.

No obtante, el Libre Comercio es más que solo acuerdos entre países, es también el poder interno en manos de las personas y que estas tengan la capacidad de realizar transacciones comerciales sin la intervención constante del Estado; es la independencia del ciudadano y de las empresas en materia económica. Independencia una palabra que tanto hemos escuchado en los últimos años y cuyo significado han buscado transformarlo en algo que no es. La independencia es el poder de elegir sin actores de por medio que “aconsejen” o “sugieran fuertemente” el camino “revolucionario” a seguir como única forma de conseguir un objetivo; es el poder presente en la soberanía popular y que permite que exista una libre competencia y libertad en la relación de los agentes económicos, porque la última palabra la tiene la persona o empresa.

En Venezuela, el populismo de aquél “supremo, todopodoroso y visionario comandante intergaláctico”, que les pareció a muchos un jedi, defensor de los desválidos y de la paz, cuando realmente era un sith que manejaba y abusaba del Lado Oscuro de la Fuerza a su antojo, nos dejó como “camino iluminado” al socialismo del S.XXI. Término con el que actualmente -y particularmente- asocio todas las desgracias por las que hemos pasado y continúamos a padecer. A través de ese socialismo -comunismo- tropicalizado vendió la imagen (como todo buen líder populista) del Estado -Gobierno- como Padre benefactor que da y -supuestamente- no pide nada a cambio, responsable al final de que puedas -o no- comer porque todo está sujeto a su decisión y ojo observador.

Como a todo buen Padre, había que otorgarle la autoridad máxima de la familia -país- a la par que a cambio “tan solo” le prometíamos obediencia indiscutible ante su figura; porque qué le pasa a los niños que se portan mal: los castigan, y ninguno quiere ser castigado, ¿cierto? Ese “padre” nos dejó a su hijo pródigo -nunca mejor utilizado este término- quién no solo ha superado al predecesor en el Lado Oscuro de la Fuerza sino que se valió de su imagen para justificar desde el inicio cualquier idea porque un “pajarito” se la había dicho. Ya no teníamos a un presidente solamente, sino también al producto de la fusión de un sith con el Dr. Dolittle.

Capítulo IV: Prejuicios, perjuicios y su relación con el Rey Sol

Considerando que el principal representante de tu país está lejos de ostentar la soberbia y respeto que esperarías de un mandatario, ¿qué queda para nosotros? Existe una alta probabilidad de estar sesgados hacia algo nuevo y desconocido, de tenerle miedo al cambio por pensar que puede ser peor -o que no estamos tan mal y podríamos estar inclusive peor-; prejuicios que no permiten abordar jamás ninguna idea que sea considerada para la construcción de una nueva Venezuela; porque de ser incluídas esas ideas, no lidiaríamos solo con prejuicios, sino que nos conducirían a caminos cuyo punto final serían unos perjuicios irreparables.

Entender que crear una nueva Venezuela debe contemplar alejarnos de todos aquellos recuerdos -y vivezas- que fuimos adquiriendo como individuos al crecer aquí,  escuchando de fondo proclamas como: “los ricos son malos”, “exprópiese” o construcciones derivadas presentes en los discursos para tornarlos “más cercanos al ciudadano común” (o como me gusta llamarlo clases de “politiquería barata” de los partidos políticos venezolanos).

Con esos pensamientos haciendo vida en el subconsiente colectivo nacional es díficil asumir que las propias personas son capaces de llevar a cabo negocios entre ellas con una mínima intervención, o inclusive sin ninguna, por parte del Estado porque en nuestro contexto nos han hecho creer que Estado es el Gobierno, muy al estilo de la monarquía de Luis XIV al que se le atribuye aquel famoso dictado: “L’État, c’est moi” (el Estado soy yo). La importancia de dicernir entre ambas palabras debe convertirse en una tarea obligatoria a enseñársele a las futuras generaciones venezolanas. Venezuela no debería jamás volver a tener un Estado intervencionista, ni mucho menos un Gobierno con ínfulas de monarquía absolutista.

Conceptos como Tratados de Libre Comercio, Libre Mercado, Liberalismo en materia económica nos parecen ahora distantes, como si de otro planeta se tratase. Nada más lejano de la realidad, somos nosotros, Venezuela, la que está lejos de la realidad común económica mundial. “Por el alabado, muchos dejaron lo conocido y se vieron arrepentidos” reza un sabio dicho popular. Por el alabado fue negociada nuestra libertad en muchos aspectos y el económico no fue la excepción. En Venezuela, después de 20 años del “socialismo –comunismo- tropicalizado”, donde el Gobierno ha convertido al “Estado” en un padre protector, el intervencionismo en materia económica está a la orden del día. ¿Cómo entonces salimos de ese realismo mágico venezolano y volvemos a la realidad común? ¿Cómo acostumbrarse a lo que debería ser pero no es? ¿Será que podremos quitarnos aquellas gríngolas ideológicas impuestas y exigir lo que como ciudadanos libres debemos gozar?

Todos tenemos un sistema de creencias formado por muchas cosas, de las que sin duda el contexto y valores de la sociedad son elementos fundamentales para nuestro andar. La clave para la construcción de una Venezuela próspera sí es directamente proporcional al cambio de políticas públicas, de ideales de Gobierno y de la aplicación de nuevos pensamientos económicos como el Libre Comercio.

Capítulo V – ¿Puntos álgidos del Libre Comercio?

Los máximos teóricos del área discuten muchos temas relativos al Libre Comercio, pero hay uno en particular que centra la mayor parte de las tensiones: ¿hasta qué punto el Libre Comercio beneficia a los compradores y daña a los productores locales? ¿Cómo competir con productos y mano de obra más barata? ¿Sobrevivirá mi empleo o seré visto como un daño colateral?

El Libre Comercio le da al consumidor el poder de elegir que desea consumir, incluyendo productos externos al país y, aunque no soy muy amante de las generalizaciones, en la mayoría de los casos, si vas a comprar un determinado producto, probablemente elijas el más barato que ofrezca los mismos servicios. Hasta aquí, es solo beneficios, puesto que el consumidor tiene garantizado el poder de escoger el mejor (entre diferentes variables que dependerá de la propia persona como precio, calidad, afinidad con la marca) entre diferentes productos.

El problema de esta ecuación aparece cuando se colocan en medio las imágenes de grandes comporaciones frente a los pequeños productores locales. La eterna lucha de David frente a Goliat, ¿será? ¿Cómo puede el pequeño productor competir frente a una grande empresa con sede en países de bajos costos como China y cuyo producto tiene un precio más reducido que el suyo? Eso podríamos denominarlo coloquialmente como “la pregunta del millón”, por lo que tomo un instante para avisar que si usted encuentra una respuesta que deje a todos -azules y rojos- contentos y complacidos, con cero detractores ni críticos, habrá encontrado la paz a un largo conflicto.

¿Qué podemos hacer como respuesta ante esa situación? Debemos entender la libertad individual a través de ese concepto del libre albendrío y actuar siempre entendiendo las consecuencias de nuestros actos. No porque puedas hacerlo, quiere decir que esté bien. Poder gozar de la libertad económica no implica un libertinaje en lo relativo a las transacciones comerciales ni Tratados.

Evidentemente, habrá personas que aprovecharán esa libertad en detrimento de otras, queda de nosotros asumir con entereza la responsabilidad que tenemos como ciudadanos y miembros activos de un país. El colocar la culpa de las desgracias en el Libre Comercio es igual a decir que no tenemos el poder de cambiar nuestra realidad, y si no pudiésemos cambiar nuestra realidad y convertirnos en lo que soñamos ¿de qué serviría siquiera intentarlo?

Epílogo: Pongamos los puntos sobre las “íes”

Todo en la vida puede prestarse para hacer un mal uso de ello; el Libre Comercio no es la excepción. La premisa que ilustra el beneficio económico de reducir impuestos, supervisión y obstáculos al comercio en manos equivocadas puede prestarse para el beneficio propio de unos pocos y la desgracia de muchos.

Las claúsulas que hacen referencia a los puntos como la protección al medio ambiente, las garantías de los trabajadores, el compromiso a la honestidad en las transacciones comerciales… son claves para que el Libre Comercio no se convierta en el lobo que se comió a nuestra querida abuelita.

Con conocimiento de causa puedo decirles que si bien el Libre Comercio no es una solución perfecta, con los términos y garantías mínimas establecidas es la mejor opción disponible en el mercado actual; palabras de una “jovencita” que ha visto en primera mano mientras crescía la destrucción que implica el intervencionismo del Gobierno en la economía y el cercenamiento de la libertad económica.

Tal vez de aquí a algunos años podamos encontrar una solución que haga feliz a todos, pero mientras tanto, tratemos de elegir siempre la que -al menos- nos garantiza un menor grado de destrucción y desgracia; y si pensaron que mi ensayo sería una oda al Libre Comercio o, por el contrario, un ataque espartano a sus bases se equivocaron -o no leyeron ese breef de introducción al texto- al comparar al Libre Comercio con una paradoja -por demás, conocida- les había dado la pista más grande. Solo descubriremos si estamos capacitados para volver a vivir con el libre mercado en nuestro país cuando lo apliquemos, pero puedo garantizarles algo: no tenemos nada que perder y sí mucho por ganar.

Ya que estamos ilustrando este tema de paradojas, y dado que estructuralmente es bonito volver al inicio y cerrar el ciclo; como si de un argumento literario o de cine se tratase, cerraré este ensayo -mi ventana de reflexión- con la paradoja del Asno de Buridán. Al colocar un asno frente a dos montones de heno muy parecidos, este encontrará una dificultad mayor al no estar acostumbrado a elegir sino entre opciones claramente diferentes y a pesar de tener la libertad de elección, no sabrá cuál elegir y morirá de hambre al pecar de indecisión.

No seamos ese asno inmóvil, que no consigue distinguir qué prefiere y compromete su futuro. Ahora que hemos vivido la otra cara de la moneda, esa falta de libertad en todos los aspectos de nuestra vida como ciudadanos; no permitamos que esto vuelva a acontecer. No olvidemos el pasado, volviéndonos indiferentes entre opciones parecidas porque eso fue lo que nos trajo en primer lugar hasta este punto: la saturación de la política envejecida representada por el bipartidismo de Copei y AD que, al ser opciones “parecidas” -y con vicios similares-, permitieron que se sembrara la semilla de la indecisión, siendo más fácil tomar el camino de elegir algo que fuese completamente diferente; para nuestra tragedia, aquel dicho que reza: “es mejor malo conocido que bueno por conocer” se cumplió.

Entendamos que la libertad no es algo negociable, es un derecho fundamental inerte a la condición humana. Exijamos pues disfrutar de esa libertad en todos los ámbitos, inclusive en la actividad económica y nunca olvidemos que la falta de libertad corroe las entrañas y destruye todo a su paso. El Libre Comercio es un camino para llevar a Venezuela a donde nunca antes llegamos, entendiendo siempre sus virtudes y sus peligros, conseguiremos aprovecharlo de la mejor forma.

Asumamos el reto de ser el cambio que queremos ver en el país. Eduquemos respecto a las opciones -porque les aseguro que muchos se olvidaron de que existen opciones- y de que el pueblo es quién goza del poder de decisión. La soberanía popular no puede quedarse solamente como dos palabras más que perdieron su esencia -tal como muchas otras como patria, libertadores…- inclusive nuestra propia historia se ha visto desfigurada y adaptada al antojo -y necesidades- del locutor de turno. Rescatemos nuestra soberanía, nuestra historia y nuestros próceres; solo así rescataremos nuestro futuro que estuvo -y está- preso en manos que ya demostraron ser incapaces.

El cambio no implica regresar a los viejos vicios, significa entender cómo llegamos hasta aquí para no volverlo a repetir. La libertad no puede ni debe ser un elemento que se negocie en una mesa, la libertad debe ser inerte a cada venezolano. Libertad de expresión, de religión, de ideología, de pensamiento, de cultura, de elección, de sexualidad y, por supuesto, económica. Libertad de ser quiénes somos porque por sobre todas las cosas somos hermanos venezolanos.

No releguemos la libertad en la economía a un actor secundario, porque realmente es el principal, el que mueve la historia y en torno al cual el guión gira y tiene sentido. Y si me permiten esta referencia religiosa, si Dios -sea para ti un ser superior o Gran Arquitecto, o inclusive si tu Dios es la Ciencia- nos ha hecho libres, ¿qué hombre tiene el poder de hacernos presos? Solo nosotros mismos lo podemos hacer, al cerrarnos a ver la realidad, al no enfrentarnos a nuestros miedos; pero, sobre todo, cuando entregamos el poder y permitimos que otros nos impidan ser quienes realmente somos.

Construyamos una Venezuela con libertad de comercio, donde la inversión privada no sea blanco de ataques diarios de las entidades gubernamentales; donde la inversión extranjera y nacional se fomente y nuestra moneda no sea tratada como material de leprosos, carente de valor alguno; donde la corrupción no esté normalizada o hasta bien vista con el tradicional: “¿y por qué no te enchufaste tú también?” y que los enchufes queden únicamente como el punto en el que conectamos nuestros aparatos eléctricos y no como el representante más digno de la “viveza criolla”; una Venezuela en la que un trabajador pueda llegar tranquilo a su casa, porque su esfuerzo laboral es bien recompensado y le permite vivir dignamente a él y a su familia.

Esa, queridos lectores, es la Venezuela de mis sueños y estoy segura que de muchos también. La Venezuela de los reencuentros, de los abrazos que finalmente acortan distancias, de los hijos que regresan a su patria; pero, sobre todo, es la Venezuela de la Libertad, porque sin Libertad no hay nada.